miércoles, 17 de noviembre de 2010

Lluvia gris

Cuando era pequeño y el día despertaba como hoy, no había quien me sacara ni una sonrisa. La lluvia siempre fastidiaba todo, el recreo, el camino al cole. Siempre cargado, siempre con el maldito paraguas. No se puede negar que son días feos, pero feo en el estricto significado de la palabra. Como su color, gris, ni negro, ni blanco, con esa tibieza que le caracteriza.
Hoy, ya más crecido, no puedo ocultar que cuando me levanto y veo un día así, todavía vuelve a mi interior, a lo más básico de mi instinto, a esa primera impresión imposible de controlar, la desesperanza de un día malo.
Por eso, quizás, me gusta en estos momentos observar por la ventana, ver como un simple elemento, el agua modifica tanto nuestra conducta. Ya no hay sonrisas para el quiosquero, solo un gruñido por saludos. Los coches pitan más. Las madres se desesperan, "¡no te metas en el charco!". Pero, hoy pensaba, no es solo un elemento, es este con su complemento, su adjetivo, lo que le da forma, lo que le da color, el gris. Si esta lluvia llega un fuerte día de verano, nos divierte, si encima ha caído por la noche, nos encanta porque nos refresca. Y a la mañana siguiente los gruñidos volverán tornarse a sonrisas, los coches volverán a circular normal y las madres reirán mientras sus hijos corretean delante de ellas. Pero sobretodo no será gris.
Hoy, tras el escudo que es mi ventana, he aprendido a valorar la importancia de lo complementario, de, al fin y al cabo, todo aquello que nos da una forma, moldeándonos como figuras de barro. Quién diría que un día de lluvia gris pudiera levantarme una sonrisa.
¡Feliz día a todos!

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